Nesta linda reflexão Luís Equini nos faz refletir sobre as duas grandes "árvores" da história da salvação: a arvore do Edém e o da cruz de Cristo. Ele parte de um ponto de reflexão, mas existem leituras da mesma narrativa.
En la historia de la humanidad hay dos árboles que marcaron diferencias, a saber: el árbol del Edén o del Paraíso Terrenal, y el Árbol de la Cruz de Cristo.
Entre estos dos árboles hay algunas similitudes pero muchas diferencias bien marcadas: los dos nos dieron frutos, los dos tienen como compañía muy importante a una mujer, los dos árboles tienen repercusiones permanentes para la humanidad, pero esas repercusiones son las que detentan las diferencias en la influencia que tuvieron, y todavía tienen, esos árboles, en la humanidad.
Mediante el fruto de un árbol, el hombre perdió su semejanza con Dios y con ello perdió todo lo que significaba esa semejanza; también mediante los frutos de otro Árbol, el hombre obtuvo la posibilidad de recuperar lo perdido, la semejanza con Dios en el amor y la santidad.
El Amor, con mayúscula, y la Santidad, están íntimamente unidos y forman una sola esencia en Dios, que es Amor y Santidad personificados. El amor es lo que mueve a Dios a crear el hombre, infundiéndole, además de la vida tanto biológica como espiritual, junto con el sentimiento del amor, el ansia a la santidad, pues Dios, que lo creó a su imagen y semejanza, es Santo en plenitud y lo hizo participar, al hombre, además de su amor, también de su santidad, pero como no hay amor si no hay libertad, Dios también le regaló esa condición, la libertad de poder elegir según el propio criterio, condición de la que no goza ningún otro ser vivo, y por esa misma libertad es que el hombre, en un acto de soberbia, quiso ser como Dios, y no solo que no fue como Dios sino que además perdió la santidad que había recibido gratuitamente, y ahora para recuperarla debe afrontar sacrificios que no siempre está dispuesto a sobrellevar, por lo cual pierde la posibilidad de recuperar esa semejanza a Dios.
Junto al árbol, en el Edén, una mujer fue el vínculo o medio por el cual el maligno intentó destruir el proyecto divino, y junto al segundo Árbol, el de la Cruz, una Mujer recibió el encargo de ser mediadora, y dadora de todas las gracias para la salvación del genero humano y así recomponer el proyecto creador de Dios.
En el Edén, junto al árbol del fruto prohibido, una mujer se deja seducir por el demonio y pierde su libertad y la de su descendencia al hacerse esclava del demonio. Junto al Árbol de la Cruz, una mujer, que se hizo esclava de Dios con toda libertad, nos obtuvo la libertad de hijos de Dios, gracias a su Hijo.
En el Edén, una mujer con poca visión de futuro, y mucha soberbia, se deja seducir por el maligno, y dejando de lado la Voluntad de Dios, que por otra parte busca nuestra felicidad, haciendo uso de esa libertad que el mismo Dios le dio, comió el fruto prohibido sin pensar en las consecuencias, las que podía inferir gracias a la ciencia infusa con que Dios la había equipado, y la peor de las consecuencias obtenidas por ese acto de soberbia, fue la muerte que entró al mundo, muerte biológica y muerte espiritual.
Junto al Árbol de la Cruz, hay una Mujer que nos ofrece el fruto que produjo ese Árbol, lo hace con humildad y sencillez, pero con la sabiduría que da esa misma humildad, sabiendo que las consecuencias serán por demás extraordinarias y sublimes, pues nos está ofreciendo el vencer al maligno con todas sus artimañas y engaños, para acceder a la vida eterna.
Una mujer ofreció al hombre el fruto prohibido y trajo la muerte a la humanidad. Una Mujer nos ha sido dada, junto al Árbol de la Cruz, para que a su ves se ofreciera a sí misma, para llevarnos a la presencia de su Hijo, para nuestra salvación.
Al pié del Árbol de la Cruz nos fue dada una Mujer, no solo como Madre y Mediadora nuestra ante el Redentor, sino también como guía para que por Ella pudiéramos llegar a la presencia de su Hijo y así gozar de la herencia que Él mismo nos ofrece compartir con nosotros.
La primera mujer, al ser interpelada por el Creador no asume su responsabilidad en lo hecho, al perder la semejanza con Dios, y no atina a pedir perdón, y el hombre tampoco se arrepiente de su acción, dándole la responsabilidad a la mujer por hacerlo comer, por lo cual no podía haber reconciliación al no haber arrepentimiento.
La Mujer del Árbol de la Cruz nos dice que busquemos su presencia sin temor, para que Ella nos presente al Señor en un acto conciliador, entre su Hijo en el Árbol de la Cruz y nosotros en este valle de lágrimas, y así recuperar aquello que Dios nos diera al momento de crearnos, el amor, la santidad y la libertad.
El árbol de la Ciencia del bien y del mal era agradable a la vista y sus frutos se veían apetitosos, por eso la mujer los tomó y al comenzar a comerlos parecían dulces, pero a medida que los consumió fueron adquiriendo gusto a hiel, fueron tan amargos que hasta el día de hoy son insoportables.
El Árbol de la Cruz es repulsivo a la vista, provoca sensación de horror por el sufrimiento que insinúa, no anima a que uno se acerque tan siquiera para probar su fruto, pero cuando se prueba, su gusto es tan agradable y delicioso que se hace irresistible, más todavía sabiendo que cada ves será más placentero.
En el Edén, la mujer le dio a su compañero, para que probara, el fruto del árbol prohibido, haciéndole ver que era apetitoso, fue como decirle : “toma, hazme caso y come que es bueno” como insinuando que ella, la mujer, sabía lo que estaba haciendo, y así fue como los dos comieron porque les pareció que era bueno, pero al instante se dieron cuenta de su equivocación, pero sin arrepentimiento.
La Mujer del Árbol de la Cruz, ya antes nos dijo : “hagan todo lo que Él les diga”, colocándose en segundo lugar, detrás de su Hijo, como diciendo que ella, la Mujer, no valía, pero llegado el momento de la Cruz, dijo: “aquí estoy, al lado de mi Hijo para acompañarlo en el dolor”, dando a conocer su verdadero temple.
Una mujer en el Edén, ofreció al hombre aquello que les estaba prohibido, y con ello atrajo sobre el genero humano una herencia de males, no porque Dios nos quiera castigar a nosotros por la desobediencia y soberbia de los primeros seres humanos, sino como consecuencia de la negación de ese Dios que había dispuesto todo para nuestra felicidad, es como si un heredero de mucha fortuna dilapida todos sus bienes, entonces sus descendientes no tendrán nada de lo que el tuvo en un principio; la primera pareja humana despreció la paternidad divina y con ello la herencia que le corresponde a los hijos.
Al pié del Árbol de la Cruz, nos fue dada una Mujer, no solo como Madre nuestra haciéndonos hermanos de su Hijo, sino también como Mediadora ante el Redentor y guía nuestra, para que pudiéramos llegar a la presencia de su Hijo, recuperando, así, nuestra filiación divina y gozar de la herencia que Él mismo nos ofrece compartir con nosotros.
La mujer del Edén es despedida junto con su compañero por su acto de soberbia, y se le prohíbe volver al mismo, y para garantizar esto, Dios coloca a un querubín con espada de fuego custodiando la entrada.
La Mujer del Árbol de la Cruz es la Puerta del Cielo (Ianua Celi), por Ella podremos llegar y entrar a la morada celestial.
La mujer del Edén fue vencida por el Demonio, pero el Creador, por su gran amor, le promete que su descendencia dará una Mujer que aplastará la cabeza a la serpiente, esa Mujer es la que está al pié de la Cruz, y aunque no parezca, tiene el poder para hacer que aquellos que se le acercan y buscan su auxilio, puedan entrar a ese paraíso custodiado con espadas de fuego, al cual se puede acceder solamente con y por el fruto del Árbol de la Cruz, fruto que nos ofrece ella misma.
La mujer del Edén tuvo la debilidad de dejarse vencer por el Demonio, y en esa debilidad había implícita la suficiente fuerza para desheredar a toda la humanidad de los bienes celestiales.
La Mujer del Árbol de la Cruz fue débil ante la grandeza y la fuerza del amor de Dios, por eso se dejó seducir por su Señor y de esa debilidad brotó la fortaleza de la humildad que le dio la fuerza para enfrentar todas las dificultades que significó ser la Co-Redentora del genero humano, hasta llegar al pié de la Cruz de Cristo, y luego esperar con fe en las promesas que le hiciera el Ángel en nombre de Dios (“su reino no tendrá fin” Lc 1,32-33); la Resurrección, la Ascensión, la venida del Paráclito, y su misma Asunción fueron los regalos que marcaron hitos en la vida de esa Mujer extraordinaria, y que está a nuestra disposición para auxiliarnos en los momentos en que la invoquemos.
Esa Mujer, la del Árbol de la Cruz, está allí por un motivo bien definido, participar junto a su Hijo Jesús, de la “segunda creación del hombre”, con una conciencia nueva y fortalecida por la Sangre de Aquel que, padeciendo en la Cruz, da origen a ese hombre nuevo del que habla S. Pablo, hombre nuevo en que se transforma todo aquel que acepta el fruto que brota de la Cruz, aún cuando ésta parezca repulsiva por los sufrimientos que ocasionó y por la sangre vertida en ella para la renovación de todo el mundo.
Esa Mujer del Árbol de la Cruz es Maria, la Madre de Jesús, y Madre nuestra, la llena de gracia, que espera que sus hijos la busquen para tomarlos de la mano y conducirlos a la presencia de Dios Padre, para que reciban su parte de la herencia prometida a los hijos.
Equini Luis
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