quinta-feira, 8 de março de 2018

Sei que a leitura do espanhol, não resulta fácil a todos, mas Luís Equini traz sempre reflexões atuais e profundas. Na reflexão de hoje, ele descreve os últimos momentos de Jesus, como se fossem narrados pelo mesmo Jesus. Não sabemos realmente o que teria passado e sofrido Jesus em seu interior, por isso a reflexão de Equini pode nos ajudar a mergulhar na mística da semana santa. Confira, medite e ore.


Jesús a camino de su muerte


¿Habrá pensado algo de esto, Jesús, cuando iba camino al Calvario?

    Estoy con mis amigos en el monte de los olivos, que llaman Getsemaní, es noche cerrada, siento frío en el cuerpo y en el alma por lo que se avecina, estamos todos cansados y mis amigos se dejan vencer por el sueño, mientras yo oro a ti, Padre mío.
   Tengo una tristeza de muerte, ha llegado ya mi hora, estoy transpirando y no es de calor porque estamos en invierno, siento un sabor a sangre y sal al secarme la transpiración de la cara con la mano, no se lo digo a mis amigos porque ya están bastante asustados con lo que viene pasando en los últimos días. Yo también tengo miedo y por eso te pido, Padre, que si fuera posible me liberes de beber esta copa de dolor, pero que se haga su voluntad y no la mía.
     Oigo murmullos de personas que se acercan, ya veo las antorchas y distingo los palos y armas que traen, dispuestos a la lucha, si hace falta para apresarme como a un vulgar delincuente o a un revoltoso peleador, me intimidan pero a pesar de eso los enfrento, Ni bién la débil luz de las antorchas me alcanza, para que no se produzca una trifulca con mis amigos, aunque no logro evitar que Pedro, con su espada, hiera a uno de ellos. Me tratan con violencia, me golean, me empujan y me arrojan al suelo por temor a que yo me resista, hasta me sujetan con cuerdas en las manos y el cuello para evitar que pueda huir, pero yo no ofrezco ninguna resistencia. Me llevan casi a la rastra por las callejas de la ciudad hasta llegar a la casa del sumo sacerdote, donde me someten a un interrogatorio como a un vulgar delincuente, me enfrentan con falsos testigos buscando la excusa para condenarme a muerte, pues eso es lo que quieren, matarme, así que el interrogatorio y los testigos son una farsa y mal preparada, y como no logran hallar un motivo valedero para consumar su plan, yo mismo les doy ese motivo anunciando que el Hijo del Hombre se sentará a la derecha de Dios, y que vendrá con mucho poder y gloria, sobre las nubes para juzgar a los hombres.
   Los jefes de los judíos, y los religiosos ya han decidido condenarme a muerte aun antes de apresarme, no buscan la verdad, no importa lo que yo diga en mi defensa, por eso con esa declaración mía ya tienen un argumento para condenarme a muerte, según ellos entienden que yo blasfemé, pero como están bajo el poder de los romanos no les está permitido hacer justicia por sí mismos, por lo que me llevan a la presencia del gobernador romano, y cuando me interroga le comunico mi realeza, la que no es de este mundo y el gobernador queda perplejo sin saber que hacer. El gobernador romano no es judío, obviamente, por lo que no puede entender mi postura, no tiene ni idea de lo que estoy hablando, y aunque si fuera judío no aceptaría lo que yo estoy diciendo, este hombre no tiene interés en condenarme a muerte, porque además no encuentra motivos, pero es un hombre miedoso de perder su buena posición.  Intenta varias veces evitar mi condena pero finalmente se deja convencer más por temor a una posible represalia en su contra por parte del emperador.
    Con falsas acusaciones logran que se me castigue con los cuarenta latigazos y los soldados agregan una corona de espinas por eso de que soy rey, y soy escarnecido y se mofan de mí de todas las formas que se les ocurre.
La turba, alentada y acicateada por los sumo sacerdotes y demás jefes religiosos judíos, sigue gritando y pidiendo mi muerte a cambio de la vida de un sedicioso que está preso, y el gobernador accede y acepta el cambio, así termina con este altercado que le molesta.
    La condena a que soy sometido es muerte en la cruz, el peor castigo reservado para grandes delincuentes, y yo, debilitado por los castigos prévios, debo cargar hasta el lugar de la ejecución un pesado leño que será mi patíbulo, el lugar asignado para la ejecución es al costado del camino que conduce a la ciudad, para que todos los que pasen por allí me vean y les sirva de escarmiento.
    Estoy cansado y dolorido, debilitado por la sangre que perdí en la flagelación, y por temor a que yo muera antes de llegar al lugar de la crusificción, y quedarse sin el espectáculo central de toda esta parodia de juicio, los soldados toman a un campesino que regresaba de sus tareas en el campo y lo obligan a llevar el madero de mi patíbulo, cosa que hace de mala gana, y yo pienso: si supieras a quien estás aliviando del peso de ese madero lo harías con otra disposición de ánimo.


   Mientras avanzamos por las calles retorcidas de la ciudad en dirección al lugar de la ejecución miro a mi alrededor y veo gente de todas las edades pero casi exclusivamente hombres, algunos observan con curiosidad pues no saben de mi, otros miran interesados, esperando ver algún prodigio porque oyeron hablar de los milagros que realicé, otros más gritan y vociferan con saña, alentados por los jefes, como intentando hacer más dolorosa mi situación mientras un grupo de soldados mantiene a la multitud alejada de mi, quizás para evitar que mis amigos intenten acercarse para liberarme.
   Mientras miro a esa muchedumbre pienso:¡cuantos de los que hoy estuvieron pidiendo mi muerte habrán estado festejando mi entrada a la ciudad, el último domingo, pidiendo que me hagan rey! Y también pienso que la muchedumbre es anónima, son muchos pero es nadie, no tiene rostro, no se sabe quienes la componen, y tampoco tiene cerebro ni idea propia, se deja llevar por quien grite más fuerte, por lo que no son plenamente culpables de lo que hacen.
    Allá lejos, casi escondiéndose entre las casas, distingo a un grupo de mujeres que lloran, se golpean el pecho y con el rostro cubierto por el manto como intentando hacer desaparecer, con no verla, esta dura realidad que están viviendo, se consuelan mutuamente. El grupo de mujeres logra alcanzarme y a la distancia me dicen palabras de aliento para darme un alivio que no llega, entonces les digo que no lloren por mí sino por todos aquellos que están en las tinieblas del error y no buscan la verdad. Una de esas mujeres se anima a desafiar a la guardia romana y llega hasta mí y con un lienzo me seca el rostro de sangre y sudor. 
    Luego veo a mi madre, está un poco más retirada, sostenida por alguna parienta porque el dolor que siente le hace flaquear las fuerzas, ella sabe que mi camino es ese y que no tiene retorno, pero por sabido no deja de ser más doloroso, y por eso quizás sufre más todavía, yo intento consolarla con la mirada pero en ese momento caigo y ya no veo a mi madre, pero veo a algunos de los que curé de enfermedades y que sin embargo se ensañan conmigo como si le hubiese hecho algún daño.
    Tropiezo y vuelvo a caer, y es la excusa que necesitan los verdugos para azotarme nuevamente, percibo que lo hacen para enardecer más todavía a la turba, que como dos murallas a mis costados, me marcan el camino pues yo no alcanzo a ver bien por donde voy.
    Pienso en todos los sufrimientos que me están infringiendo y me pregunto porque el ser humano se deja llevar tan fácilmente por los pregoneros de la muerte, porque algunos hombres disfrutan tanto con el morbo y el sufrimiento ajenos, hay situaciones en las que estos dos factores ofician de disparadores de las pasiones más bajas del ser humano.
    Miro a un grupo de niños que observan todo lo que sucede, corren de un lado para otro alrededor nuestro intentando no perderse nada del espectáculo, lo toman como una diversión, no tienen conciencia de la gravedad y magnitud de estos hechos, se insensibilizan al dolor ajeno y crecerán con el convencimiento que pueden provocar dolor a las personas sin ningún reparo. La prueba de ello está en el grupo de mis verdugos, se ensañan en provocar dolor y daños a sus víctimas sin ponerse a pensar si es justo o no lo que están haciendo, buscan un algo que los gratifique, se ríen de los padecimientos de los reos ocasionales, en este caso yo, y sin embargo no se sienten satisfechos con lo que hacen, y quizás esa es la razón por la que aumentan los tormentos de los condenados con novedosas formas de torturas, en la vana esperanza de hallar eso que los gratifique plenamente.
    Mientras sigo andando entre empujones, golpes, insultos, tropiezos y caídas pienso también en el grupo de los llamados religiosos, esos que instigaron y lograron obtener mi condena a muerte. Tienen miedo, aunque parecen muy seguros de sí mismos, y su temor no es a sufrir algún daño o agresión físicos, su temor es a perder sus privilegios de jefes, conductores o maestros dentro de la religión judía, perdiendo con ello el bienestar económico y social que conlleva su posición, corrupción mediante. En su mentalidad yo represento un peligro porque hago notar la hipocresía con que se presentan al pueblo y ese es el verdadero motivo por el que buscaron mi muerte.


    También hay un grupo de personas que desconocen totalmente mi historia y mi prédica, por lo cual piensan que si me tratan así será porque algo debo haber hecho para merecer ese trato, son los que creen que con desentenderse de situaciones complicadas están libres de toda responsabilidad.
    En toda esta vorágine de acontecimientos pienso en mis amigos que no los veo, ni cerca ni lejos, solo vi a Pedro, en la mañana temprano, en el patio de la casa del sumo sacerdote, nuestras miradas se cruzaron por un momento y él bajó sus ojos hacia el piso, se dio vuelta y dándome la espalda salió apresuradamente de la casa, luego no volví a verlo. A los otros no los veo, quizás escaparon por miedo a sufrir la misma suerte que yo, todavía no están preparados para lo que yo los elegí.
    Ya estoy cerca del sitio donde me crucificarán, y mi instinto es retrasar la llegada a ese lugar, no me gusta sufrir, me estoy moviendo como un autómata y me resisto a terminar así, morir de una forma ignominiosa, en un pueblo subdesarrollado y sin que ni siquiera mis paisanos reconocieran quien realmente soy. Recorro los últimos pasos en la convicción que este es el único camino para redimir a la humanidad extraviada en el laberinto de su propia concupiscencia.
     Con mucha violencia me arrancan las vestiduras, me tiran al suelo, me sujetan y clavan mis manos y mis pies al patíbulo y ya me levantan en la cruz quedando yo colgado de los clavos. El dolor es tan intenso, insoportable, que me deja en una semiinconsciencia, y nuevamente veo a mi madre llorando y a su lado a uno de mis amigos, Juan, y le pido que vea en Juan a su Hijo, y a Juan le pido que se haga cargo de mi madre cuidando de ella por mí. Solo me queda pensar en el desconocimiento que tienen estos hombres de mi persona y la ignorancia los favorece, por eso Padre, perdónalos, no les tengas en cuenta esto que hacen conmigo.


  

  Padre, la copa que me ofreciste la tomé hasta la última gota, ahora voy a ti, a tu derecha, como fue y será por los siglos de los siglos. BENDITO SEAS POR SIEMPRE. PADRE

Equini Luis

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