La EUCARISTIA, palabra que tiene su raíz en las palabras griegas: eu-kharizesthai, que significa dar gracias.
Jesús dijo a sus discípulos: “Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha” (Mat. 9,37). Cosechar mucho para que los granos sean abundantes, esos granos irán a formar parte del cuerpo Místico de Cristo después de ser “molidos” y “hechos harina”, molidos para el mundo y convertidos en harina para formar el pan que alimentará a otros; la única manera de participar plenamente en la unión del Cuerpo Místico de Cristo es alimentándose asiduamente con el Cuerpo del Señor y así, hechos granos de la cosecha, poder aspirar a ser molidos y aumentar esa masa que fermentada por el amor de Cristo nos alimenta día a día y nos trasforma de alimentados en alimento, porque si formamos el Cuerpo Místico de Cristo y en la Comunión comemos el Cuerpo Glorificado del Señor, entonces nos convertimos en alimento, pues como dice San Pablo, “somos lo que comemos”, y así nos trasformamos en el Cuerpo de Cristo, cuya cabeza es el mismo Cristo, y nosotros sus miembros.
La Eucaristía es fuente de gracias sin fin para quien desea sinceramente seguir los pasos del Señor, en ella se encuentra la fuerza para enfrentar todas las pruebas y vicisitudes de la vida, es fuente de inspiración de teólogos y místicos y también es faro de luz que guía a aquellos que sienten una vocación religiosa o sacerdotal o para ser laicos comprometidos y consagrados, infunde en el creyente la fuerza necesaria para aceptar la vocación y mantenerse fiel a ella; es fuente de esperanza en las promesas de Jesús, promesas que por otra parte comienzan a cumplirse cuando se alimenta el alma con ese Pan Celestial, si se come en las debidas condiciones, luego de discernir el Cuerpo del Señor.
La Eucaristía es acción de gracia, continua e incesante, así como Dios “es”, también Jesús, el Hijo de Dios, “es”, aunque haya entrado al tiempo en su persona humana y haya aceptado morir, para redimirnos y dejarnos su presencia que se perpetúa en este admirable Sacramento donde Dios no solo está sino que también “es”, pues como El mismo dijo “Yo Soy El que Soy” (ex. 3,14).
En la Eucaristía se encuentra el culmen de la vida cristiana, es el Banquete escatológico por excelencia ya que en él recibimos el anticipo de la vida futura, atisbamos nuestro destino final junto a Dios, siempre y cuando comamos, en las debidas condiciones, el Cuerpo Glorificado de Nuestro Señor Jesucristo. Es sabido que la salvación que trajo Jesús es para todo el genero humano, pero nadie será salvo si no se apropia de esa salvación que Jesús trajo al mundo y cuyo anticipo lo dejó en la Eucaristía (cf Jn 6.51). Cuando me alimento del Cuerpo y Sangre de Jesús, en la Eucaristía, se genera una relación simbiótica, entre Jesús y mi alma, que es ida y vuelta, Jesús viene a morar en mi pero yo vivo por El, su vida llena todos los rincones de mi alma para que yo viva entregado a El (cf Jn 6,57). Esta simbiosis de Jesús y yo, yo y Jesús, me acerca a Dios Padre por la misma cercanía que hay entre el Padre y el Hijo, y es tan grande ese amor que se profesan mutuamente que el Espíritu Santo es la personificación misma de ese amor, entonces la cercanía entre Jesús y yo también debe generar consecuencias que acrediten esa relación intima, debe generar una conversión mía total, expresada en el amor al prójimo, (ese mandamiento nuevo siempre vigente y necesario) y si digo que amo a Dios deberá reflejarse en el amor al prójimo.
Jesús le dice a sus paisanos: “si no comen la carne del Hijo del Hombre y no beben su sangre no tendrán Vida en ustedes” (cf Jn 6,53), y ellos, no solo que no entendieron lo que Jesús les estaba diciendo, sino que además desperdiciaron esa oportunidad única, más todavía cuando pidieron la muerte de Jesús y exclamaron: “que su sangre caiga sobre nosotros y nuestros hijos” (cf Mt.27,25), en vez de beber su sangre y comer su carne entregadas por nosotros prefirieron despreciarlas y mancharse las manos.
Jesús en la Eucaristía, comparte su amor con todo aquel que lo recibe con la debida disposición del alma, y a través de ese mismo Sacramento debemos compartir nuestra vida y nuestro amor con el prójimo, esa sería una forma de dar gracias (eu-kharizesthai), agradecer al Señor por quedarse entre nosotros.
Si yo comparto el mismo pan y la misma copa con mis hermanos, estoy haciendo que la Eucaristía sea una entrega efectiva y real y si ese compartir es con amor sincero, entonces, esa entrega en ambos sentidos, realiza el efecto deseado, en mí y en el prójimo.
La Eucaristía nos congrega para adorar a nuestro Señor, el único Dios Vivo y Verdadero, para rogarle por nuestras necesidades personales y comunitarias, pero principalmente para darle gracias por su gran amor hacia nosotros que lo llevó a padecer muerte de cruz para redimirnos, y rescatarnos del pecado; Jesús en la Eucaristía se entrega con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad a quien quiera recibirlo; también entregó su Cuerpo y su Sangre a la turba de judíos que lo crucificó; en el primer caso quien recibe la entrega del Señor se santifica por el don mismo que es la Eucaristía, en el segundo caso los judíos que mataron a Jesús, se condenaron solos por no querer ver y aprovechar la entrega que estaba haciendo el Señor, “porque el mismo Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud” (cf Mc 10,45). Si yo creo estar en la multitud de la que habla Jesús, mi primera reacción debe ser de agradecimiento, por eso me debo acerca a la Eucaristía.
La Eucaristía nos congrega para que pongamos en obras el mandamiento nuevo que nos dio Jesús, amarnos como El nos amó, eso implica un amor verdadero, sin dobleces, sin hipocresías y sin mezquindades. Cuando Dios nos pide amar al prójimo como a nosotros mismos no está pidiendo algo imposible, y además nos da el ejemplo, pues siendo Dios se ama a sí mismo con un amor infinito, por eso nos ama a nosotros infinitamente, ese debe ser el ejemplo a seguir.
La Eucaristía nos congrega para que después de cada Misa seamos los enviados del Señor, Misa significa envío, entonces debemos ser enviados para calmar el hambre de Dios que tiene el mundo, porque “no solo de pan vive el hombre sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (cf Mt 3,4)pero para eso debemos alimentarnos con el Pan de Vida para no tener hambre de cosas mundanas, “el que viene a mi jamás tendrá hambre” (Jn,6,35), si estamos saciados con el Pan Celestial, seguro que no apeteceremos cosa mundana alguna.
La Eucaristía nos congrega para que hagamos una verdadera acción de gracias, esa que se origina en un reconocimiento sincero de que el amor que nos ofrece Jesús es tan grande que llega a olvidar totalmente las ofensas recibidas, sean cuales sean, y mas aún, llega a dar la vida por nosotros por ese motivo debemos darle gracias por ese amor incondicional, pues nos ama aún siendo nosotros pecadores, entonces nuestra acción de gracias nos debe llevar a una conversión sincera con propósito firme de no ofenderlo mas , de lo contrario nuestro agradecimiento es hipócrita, falto de toda sinceridad.
La Eucaristía nos congrega para una verdadera comunión entre los cristianos, comunión implica “común unión”, no estar juntos sino unidos en una misma Fe, una misma Esperanza y un mismo Amor. Llegará el día en que la Fe y la esperanza dejarán de tener sentido al ver a Dios cara a cara y estar en su Casa, pero el amor llegará a su plenitud por la sola presencia de Dios, que es Amor, entonces viviremos la verdadera Comunión Eucarística en una perpetua y perfecta acción de gracia.
La Eucaristía nos congrega para que, ofreciendo nuestros sufrimientos a Cristo, contribuyamos con ellos en la Redención del genero humano, y no es que no haya alcanzado el sufrimiento de Jesús, sino que debemos participar con nuestros sufrimientos, para poder experimentar el gozo de colaborar en la Salvación que nos ofrece Dios, y el anticipo de ese gozo esta en la Eucaristía.
La Eucaristía nos congrega en el amor de Dios para que lo vivamos plenamente. Jesús se quiso quedar en el Pan consagrado, por amor, para que tengamos su presencia como ayuda e incentivo en nuestro diario caminar hacia la casa del Padre. Si Jesús se quedó entre nosotros por amor, lo menos que podemos hacer es estar agradecidos dándole nuestro amor y vivir como El nos pide: “en esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos, en el amor que se tengan los unos a los otros” (cf Jn 13,35).
La Eucaristía como Banquete Escatológico, es el anticipo de los bienes ofrecidos por Jesús “el que me ama será fiel a mi palabra y mi Padre lo amará, iremos a El y habitaremos en El” (Jn 14,23). La única condición para acceder a esos bienes es amar verdaderamente a Jesús “el que recibe mis mandamientos y los cumple, ése es el que me ama” (Jn 14,21) y Jesús insiste para que comprendamos cual es el verdadero camino “si cumplen mis mandamientos permanecerán en mi amor” (Jn 15,10). Jesús nos ama y espera que nosotros retribuyamos ese amor de la mejor manera posible, el amor con amor se “paga”; no es suficiente comer el Cuerpo del Señor, Judas también lo comió y sin embargo “murió” en su interior en el mismo momento de comerlo porque no sentía amor por Jesús sino por las monedas que recibiría por su traición. Jesús ya está preparando un lugar para cada uno de nosotros en la casa del Padre (Jn 14,2-3), entonces trabajemos para merecerlo y ser dignos de ese lugar.
La Eucaristía nos convoca a que hagamos una opción clara y definitiva por Cristo, para que nos asemejemos a El en el amor que le tenemos a Dios Padre y al prójimo como figuras de Jesús y moradas del Espíritu Santo. No debemos poner excusas para posponer indefinidamente esa opción o para cambiarle las condiciones (mas cómodas para nosotros), esas condiciones que establece Jesús con su amor , para que nosotros podamos ser partícipes de ese mismo amor en la Redención tanto como en la Resurrección y en la Vida Eterna.
Luis Equini
9-11-2009
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